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260 DE LA MODERACIÓN a y las hermosas cualidades de que estaba adornada su alma; su amor á la pobreza, su abnegación, sy humildad, su inclinación á la penitencia, su des- precio de las cosas del mundo, su inquebrantable fe, su acendrada piedad y su encendido amor á Dios. De todos estos sentimientos está como im- pregnada la Regla de la O. T. para infundirlos en todos los que la profesan. Y así, no es aventurado afirmar que esa santa institución, destinada á res» taurar en el individuo y en la familia el espiritu del Evangelio, es un medio poderoso para fomen- tar la moderación cristiana, templar el ansia de placeres y comodidades y reprimir ese prurito de vanidad y ese desenfrenado apetito de figurar que se ha apoderado de todas las clases sociales y que es la causa de todos los excesos del lujo. La Regla de la V. O. T. se ocupa expresa- mente de este particular: quiere que los terciarios huyan de toda reprobable inmoderación, así en el porte como en el vestido, que se abstengan de todas las demasías del lujo, que se aparten de todas aquellas cosas que desdicen de la austeri- dad cristiana y que en manera alguna pueden avenirse con la conducta que debe observar el que se ha propuesto seguir las huellas del humil- dísimo San Francisco, de aquel Santo que fué tan grande amador de la pobreza y sencillez evangé- lica. No se prohibe con esto al terciario toda suerte de elegancia, sino tan sólo aquella que es pu- ramente mundana y por ende escandalosa, por

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