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CONFERENCIA DÉCIMASEXTA 255 guido, como consecuencia natural, la disminución de la caridad y la casi completa extinción de la paciencia y resignación que inspiran las ideas re- ligiosas. En tiempos en que la fe influía más direc- tamente en los individuos y las doctrinas del Evangelio informaban las costumbres de los pue- blos, las clases acomodadas de la sociedad eran, á la vez que protectores del pobre, como antorcha colocada sobre el candelero cuya luz ilumina á todos los de casa. Con sus nobles ejemplos de des- prendimiento, de humildad, de mortificación y, sobre todo, de caridad, estimulaban al proletario á vivir contento y á sufrir con resignación cristia- na las estrecheces y penalidades de su estado. Los ricos, en vez de escandalizar al pobre y despertar su envidia, como sucede hoy día con desconsola- dora frecuencia, con un fausto que hubiera causa- do admiración á los reyes de Persia, vestían con sencillez, vivían con moderación y usaban con templanza de los goces y placeres con que les brin- daba su fortuna. Su casa solariega, situada en el centro del pueblo, era como un asilo en donde encontraban consuelo todas las tristezas, remedio todas las necesidades y alivio todos los dolores. El espíritu cristiano que les animaba les inducía á cercenar sus gastos supérfluos para no defraudar el presupuesto de la caridad que ellos mismos habían constituído y que miraban como cosa sa- grada. Por otra parte, las clases medias de la socie-

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