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214 DEL HÁBITO DE LA 0. T. tres terciarios, quienes, como San Luis, Rey de Francia, Santa Isabel de Hungría, Santa Marga- rita de Cortona, los bienaventurados Luquesio y Raimundo Lulio, y otros innumerables, que lleya- ban siempre al exterior el hábito grande de la V. O. T. Ni siquiera poseerán el espíritu de tan- tos otros que en época más moderna, y en nues- tros mismos días, tienen por grande honor llevar sobre su pecho el escapulario y ceñirse en público la cuerda del Penitente de Asís. Serán, sí, tercia- rios vergonzantes que se afrentan de que el mundo los conozca, soldados cobardes de Cristo que es- conden sus armas y los signos de su milicia de- lante del enemigo, hijos bastardos del Serafín de Asís, en una palabra, que se sonrojan de vestir como su Padre, indignos, por lo tanto, de que Jesucristo y su siervo Francisco los tengan por suyos en la presencia de Dios. Mas ¿por qué razón ha de tener reparo el ter- ciario de traer públicamente el cordón y el esca- pulario? ¿Por no disgustar á los impíos? Pues qué, ¿no hacen ellos continuamente alarde de ateísmo y de impiedad? ¿Por qué, pues, el tercia- rio ha de ocultar su fe y sus sentimientos religio- sos? ¿No insultan y escarnecen ellos constante- mente nuestras creencias y los objetos para noso- tros más estimables, sin que les importe nada herir con ello las fibras más delicadas de nuestro corazón? ¿Y será justo que por no atraerse las iras y el desprecio de tales hombres, ande el ter- ciario omitiendo lo que tiene perfectísimo derecho
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