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o AA 212 DEL HÁBITO DE LA O. T. REZA ciario ha de hacer de su santo hábito, el respeto y veneración con que debe mirarlo, los sentimien- tos de piedad que ha de infundirle, y los ardientes deseos de perfección cristiana que el mismo ha de inspirarle. Efectivamente: un hábito trazado por San Francisco, bendecido por la Iglesia, impuesto con tan devotas ceremonias, y santificado, final- mente, por los méritos y virtudes de tantos ilus- tres varones y esclarecidas mujeres, no puede menos de ser una prenda riquísima, una joya de inestimable valor, digna, por consiguiente, de la mayor estimación y del más profundo respeto. ¿Y cómo no ha de estimar el terciario el hábito de su Orden, que le recuerda su consagración á Dios, su alistamiento en la milicia Franciscana y los deberes de su santa vocación? Estima el sol- dado su uniforme, el magistrado su toga, el gue- rrero sus armas, el noble los escudos y blasones de su casa, y cada cual las insignias que acreditan, ante los hombres, su autoridad, su profesión, sus méritos ó su rango social: ¿y no había de apreciar el terciario, con más razón, la cuerda seráficay el escapulario, que son el distintivo de su profe- sión y las nobles libreas del santo Instituto á que pertenece? ¿No había de estimar, como se debe, lo que tanto le enaltece á los ojos de Dios y lo que le acredita, ante el mundo, de soldado de Je- sucristo, hijo de San Francisco é imitador de sus virtudes? Cosa muy deplorable sería, por cierto, que careciera un terciario de tales sentimientos de aprecio, que no experimentase en su corazón

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