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A e DÉCIMATERCIA 209 afectos libidinosos para que permanezcan en tí la virtud de la continencia y de la castidad.» Ofrécele luego una vela encendida, pronunciando estas pala- bras: «Recibe, hermano carísimo, la luz de Cristo, en señal de tu inmortalidad, para que, muerto al mundo, vivas para Dios, huyendo de las obras de las tinieblas. Levántate de entre los muertos y te iluminará Cristo.» Terminan tan devotas ceremo- nias con alegres cánticos de acción de gracias y fervorosas oraciones que dirige al cielo el sacer- dote en favor de los nuevos terciarios. Pregunto yo ahora, hermanos míos: ¿Qué hay en todo esto que pueda tacharse ni de rídiculo ni de supersticioso? ¿Por qué se ha de menospreciar un hábito que impone la Iglesia con tan piadosas y tiernas ceremonias? Sólo la impiedad y la maliciosa ignorancia puede motejar un objeto que encierra en todos sus detalles tan profunda significación. Porque bien claro se ve, por las palabras y oracio- nes que al imponerlo usa la Iglesia, que ese hábito es simbolo de humildad y desprecio de las vani- dades del mundo, signo de penitencia, como mani- fiestamente lo indica la cuerda ceñida á la cintura, profesión de vida cristiana y acendradamente pia- dosa, como son las prácticas que impone, y expre- sión, en fin, de las máximas y de la moral del Evangelio; cosas todas que deben esforzarse en realizar cuantos se vistan de tan santo hábito, como tan eficazmente se lo recomienda la Iglesia en todas las preces que acompañan á su inves- tición. ES hn . — -: ATAR FSA Ai dd REE

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