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196 LA TERCERA ORDEN Y LA MUJER de la fe y de la moralidad en toda la casa, é ilumi- na á todos los que en ella habitan; que es aquella sal misteriosa que preserva á la familia de la Co- rrupción y aquel vaso de celestiales perfumes de que habla San Pablo, que despide en torno suyo el buen olor de Jesucristo. Semejante mujer será, como hija de familia, el ángel del hogar; como doncella, un dechado de honestidad; como esposa el consuelo y la edificación de su marido; como madre, una providencia solícita y un tesoro inestimable para sus hijos, y siempre y en todo caso, una esperanza consoladora para la sociedad. Ved, si no, amados terciarios, los saludables resultados que ha dado al mundo la educación religiosa, recibida por la mujer en la escuela de San Francisco; reparad en los ópimos frutos que ha producido ese apostolado de piedad de la O. T. entre las mujeres; contad, si podéis, el número de heroínas cristianas que han salido de sus filas para embalsamar el mundo con la fra- gancia de sus virtudes, y santificar, á su paso, todos los estados de la vida. ¡Oh, qué hermosa perspectiva ofrece esa santa generación de mujeres formada en el deli- cioso ambiente de la piedad franciscana! Ahí tenéis madres tan cristianas como aquella ilustre terciaria que se llamó Blanca de Castilla, y que tuvo la dicha de tener por hijo al glorioso San Luis, rey de Francia, de la cual se refiere, que teniendo en su regazo á su precioso vástago, mientras le colmaba de caricias é imprimía dulces

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