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195 CONFERENCIA DUODÉCIMA A A res en todas las circunstancias de la vida en que pueda hallarse. Ante todo, la O. T. ha procurado por todos los medios hacer, á la mujer que se acoge en su seno, profundamente católica, rodeándola á este fin de una atmósfera de fe y de piedad, y difundiendo en torno suyo todo aquello que más eficazmente sirve para arraigar en ella los sentimientos religiosos: frecuencia de Sacramentos, ejercicios de devo- ción, piadosas meditaciones, lecturas edificantes; estas y otras muchas cosas prescribe ó aconseja la Regla de la T. O., para fomentar la devoción y el espíritu cristiano en el corazón de la mujer. Cuanto influya todo esto en su santificación y cuan poderosamente contribuya á dotarla de las cualidades necesarias para conseguir en el mundo su noble y elevada misión, no es preciso ponderar- lo, por ser cosa sobradamente manifiesta. La mujer, educada en tales principios, aspirando el suave aroma de la piedad cristiana, nutriéndose con el sustancioso jugo de las doctrinas católicas, tem- plando su corazón en el fuego del amor de Dios, y fortaleciendo su espíritu con las máximas de la pura moral del Catolicismo, viene á ser para los pueblos una bendición del cielo que les colma de innumerables bienes, un astro resplandeciente que deja en pos de sí luminosa estela de santidad. Puede decirse, que la mujer verdaderamente cristiana es aquella antorcha de que habla el Evan- gelio, que puesta sobre el candelero del hogar do- méstico, difunde en su alrededor los resplandores

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