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192 LA TERCERA ORDEN Y LA MUJER —_—.. voluntad de sus esposos, cualidades preciosas con que la mujer no pocas veces ha conquistado para Dios el corazón de su marido. No sería, pues, buena terciaria de San Francisco aquella que no procurase alcanzar esta virtud de la obediencia, imponiéndose la necesaria mortificación para suje- tar el amor propio, dominar el genio y reprimir ciertos culpables desahogos que son frecuente- mente causa de los choques y disgustos que se deploran en las familias. Muestre la terciaria casa- da con su paciencia, con su dulzura, con la mayor fidelidad en el cumplimiento de sus deberes, con la abnegación más constante, que la piedad que practica, lejos de oponerse al cumplimiento de sus obligaciones matrimoniales, antes bien, le ayu- da á ello, le da fuerzas y le comunica valor para obedecer en las circunstancias más difíciles y soportar con alegría y resignación la pesada cruz del matrimonio. Una devoción que no produzca estos saludables efectos, una devoción que al ser impedida por motivos razonables ú obligaciones imprescindibles, causase en el ánimo del que la practica inquietudes, desabrimientos, y lo que sería aún peor, quejas y lamentos, sería una devoción falsa y reprobable. Santa Francisca Romana, terciaria casada, daba este provechoso consejo á las mujeres de su mismo estado: «Una mujer cristiana debe estar siempre dispuesta á interrumpir sus ejercicios de piedad cuando las obligaciones de la casa reclaman su presencia.» Un día, mientras la Santa, retirada en

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