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CONFERENCIA DUODÉCIMA 191 lugar que le ha sido señalado, pretendiese subir á otra esfera, searrogase las atribuciones del marido, quisiera mandar en vez de obedecer, dominar en vez de sujetarse, ser, en fin, cabeza y no ojos, pies, manos y corazón de la familia, como Dios tan sabiamente lo ha ordenado. A la paz sucedería la intranquilidad, al orden la confusión, y la familia dejaría de ser una sociedad bien concertada para convertirse en un remedo del infierno por la anar- quía y la perturbación. La Regla de la V. O. T., toda impregnada del espíritu del Evangelio y enteramente calcada sobre sus máximas y doctrinas, no podía menos de inspirar á las terciarias casadas esa docilidad y sumisión á sus maridos que exige su estado. Por eso pone como condición para que éstas puedan ser admitidas al hábito de Penitencia el permiso de sus maridos, manifestando con esta ordenación el espíritu de obediencia que ha de animar á las esposas terciarias, pues si para una obra tan lauda- ble y meritoria, si para profesar una norma de vida tan perfecta, les pide la Regla el previo consenti- miento de sus maridos, ¿cuánto más les pedirá esa misma dependencia para otras cosas menos per- fectas? ¿Cuánto más les exigirá entera sumisión en lo que atañe á los deberes esenciales del matri- monio? Sí, no hay duda alguna: la O. T. ha querido por medio de esta ordenación hacer de las tercia- rias casadas modelos de esposas cristianas, incul- cándoles la docilidad, el rendimiento humilde á la Ai

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