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190 LA TERCERA ORDEN Y LA MUJER os vuestras mujeres, así como Cristo amó á su Igle- sia... Nadie ciertamente aborreció jamás á sy propia carne. De tan hermosa doctrina, en la que se concre- tan y definen con admirable sencillez las diversas relaciones de superioridad é inferioridad, necesa- rias en sumo grado á la paz, al orden y al bienes- tar de la familia, se deduce terminantemente el deber natural que tiene la mujer casada de obede- cer á su marido. Como la Iglesia está sujeta á Cristo, así—dice San Pablo—lo han de estar las mujeres á sus maridos en todas las cosas. Sient Ecclesia subjecta est Christo ita et mulieres viris suis ín omnibus (1). Esta es la voluntad de Dios respecto al gobierno de la familia, este el orden establecido por su Divina Providencia; orden que, mientras se observa, es manantial fecundo de tranquilidad y dicha para el hogar doméstico; pero que desde el punto en que se altera, se turba la paz y desaparece la felicidad del mismo. ¡Qué confusión se produciría en el cuerpo humano si los ojos quisieran hacer el oficio de las manos, si las manos quisieran ser pies y éstos subirse á la cabeza! ¿No sería esto un mons- truoso desorden que imposibilitaría totalmente las funciones de la humana naturaleza? Pues ved lo que acontecería á la familia si se apartase del orden trazado por Dios; si la mujer, abandonando el (3) Ephes., V., 24.
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