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CONFERENCIA DUODÉCIMA 189 claramente Jesucristo; su revelación ha sido com- pletísima; el hombre y la mujer saben cada cual el lugar que les corresponde en la familia, las rela- ciones que han de mediar entre ellos, los servicios que mutuamente deben prestarse, las funciones que respectivamente han de ejercer, y los dere- chos y deberes que á cada uno le corresponde. Según la doctrina católica, la mujer no es la cabeza de la familia, no es la autoridad superior de la sociedad doméstica; pero tampoco es una esclava sin derechos ni personalidad jurídica, como la consideraba el paganismo, sino que es la compañera del hombre, digna de todo respeto como hija de Dios, destinada á conseguir un fin sobrenatural y eterno. El hombre es el jefe de la familia y la cabeza de la mujer, según la bella expresión del Apóstol (1): Vir caput est mulieris, sicut Christus est Ecclesicr.. El hombre es cabeza de la mujer, así como Cristo lo es de su Iglesia. Mas esta preeminencia del hombre sobre su espo- sa no le faculta en manera alguna para ser un déspota, ni para obrar arbitrariamente sin mira- miento á los derechos de la mujer, que son también cosa sagrada é inviolable, sino que le obliga á amarla y á mirar por ella como miembro de su cuerpo y carne de sus huesos. Por esto decía el Apóstol: Viri diligite u.rores vestras, síicut Chris- tus delexit Ecclesiam... Nemo enim unquam carnem suam odio habuit (2). Maridos, amad á (1) Ephes., V., 23. (2) Ephes., V., 25, 29.
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