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176 DE LA CONCORDIA hayan de profesarla han de ser amantes de la concordia. El S. P. San Francisco fué para los pueblos ángel de paz; su misión, semejante á la del Divino Redentor, fué derramarla en abundancia por todas partes, unir los corazones, apaciguar los ánimos, sofocar las rivalidades y apagar, en fin, el fuego de las discordias. Como mensajero de paz, Fran- cisco la llevaba siempre en sus labios, la ense- ñaba constantemente con sus ejemplos y hacía de ella el tema ordinario de sus sencillas cuanto fervorosas predicaciones: La paz del Señor sea con vosotros: tal era su acostumbrado saludo y el que aconsejaba también á sus hijos que usasen. Mal, pues, imitaría la conducta y enseñanzas de su bienaventurado Patriarca, mal seguiría sus huellas, el terciario que en sus palabras, en sus acciones, en todos los actos de su vida pública y privada, no se mostrase siempre celoso mantene- dor de la paz y unión cristianas. Un carácter pen- denciero, un genio díscolo, un temperamento quis- quilloso y descontentadizo, de esos que ni tienen paz consigo mismo ni pueden tenerla con los demás, que por falta de mortificación y sobra de egoísmo jamás pueden avenirse con el parecer de sus semejantes, que por cosas de poca ó ninguna monta están á toda hora dispuestos á promover altercados, en manera alguna pueden ser admiti- dos en la V. O. T. Pero si alguno de éstos tal vez hubiera sido ya recibido, debe ser arrojado de su seno, como indigno de pertenecer á una congre-

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