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166 OBEDIENCIA Y ACATAMIENTO A LA IGLESIA cionarios del estado y no verdaderos prelados puestos por Dios para regir la grey cristiana. Junto con este respeto y amor al episcopado, debe el terciario tener suma veneración á los sa- cerdotes, como á ministros de Jesucristo y dis- pensadores de sus celestiales dones. Sabido es el profundo acatamiento que á éstos rendía el Será- fico Patriarca, el cual solía decir: «Si me suce- diese encontrarme con un ángel y un sacerdote, á éste saludaría primero, porque le ha confiado el Señor el poder que no ha confiado á los espíritus angélicos.» Y en su hermoso y sublime testa- mento nos dejó esculpidos estos mismos senti- mientos de su alma seráfica, con estas palabras: «Á los sacerdotes quiero amar y respetar como á mis señores y no quiero considerar en ellos peca- do, porque yo veo en ellos al Hijo de Dios, y por tanto, son mis señores.» Siguiendo tan noble ejemplo, el terciario debe mostrar á los sacerdotes todas las consideraciones que los tales merecen por su carácter sagrado y la dignidad y alteza del ministerio que desempe- ñan. Y esto es hoy tanto más necesario, cuanto que por el descreimiento de nuestra época la clase sacerdotal padece frecuentemente un calvario do- loroso, siendo víctima de la opresión, de la calum- nia, del escarnio de los impíos y, lo que es peor, de la indiferencia de muchos malos católicos que no tienen para ellos ni amor ni miramientos de ningún género. Y no seáis, amados terciarios, de aquellos que no tienen ojos más que para ver las

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