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148 DE LAS BUENAS COSTUMBRES margarita de la perfección seráfica. Pobres y humildes artesanos eran los Beatos Pedro de Lema, tejedor; Névolo, zapatero, y Bonavista, herrero, y con todo, no les estorbaron sus peno- sos oficios para darse á Dios, ejercitándose en la piedad sólida y remontarse en alas de su fervor á la más encumbrada santidad. Ahora bien, carísimos terciarios, en vista de estos ejemplos que acabo de referir, y otros muchos que pudiera citar y omito en gracia á la brevedad, ¿quién podrá excusarse de no poder hacer lo que hicieron todos estos bienaventu- rados terciarios? Nadie ciertamente: pues no hay empleo ó dignidad en la vida humana, ni existe arte ni oficio por penoso que sea y por distracciones que traiga consigo, que ofrezca es- torbos insuperables para la práctica de los con- sejos del Evangelio y para el ejercicio de la más encendida devoción. Lo único que impide el prac- ticar todas estas cosas, es el desarreglo de las costumbres, la pereza que nos domina, la desidia en que vivimos de nuestro aprovechamiento espi- ritual, y, sobre todo, la indiferencia con que mira- mos los bienes celestiales y el importantísimo negocio de nuestra salvación. Ciertamente, que si la mínima parte del tiempo que perdemos en frívolas conversaciones, en pasa- tiempos y vanidades mundanas, y en cosas de poco ó ningún provecho, lo invirtiésemos en ser- vicio de Dios, harto más medrados andaríamos en la virtud, y holgadas ocasiones encontraríamos — .

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