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146 DE LAS BUENAS COSTUMBRES en Mí. Y porque te encuentro sin pecado mortal y en un constante deseo de servirme y de nunca ofenderme, por esta razón, dígote que me recibas, si quieres, todos los días. ¿Por qué, pues, no me recibes cada mañana, ya que en tí hallo un lugar de reposo y de amor? Con tal que me prepa- res humilde y piadosamente un lugar de descanso en tu alma, no temas recibirme cada día. ¿Qué es, en efecto, este santo ejercicio sino la regla 6 costumbre de los primitivos cristianos y de los siglos apostólicos? ¿Y qué es la T. O. Francis- cana sino la resurrección y difusión por la tierra de ese primitivo fervor tan deseable en nuestros tiempos? El amor á Jesús, amor puro, tierno, confiado, ardiente y generoso: tal debe ser el sello distintivo de todos los hijos de San Francisco» (1), Pero diréis, por ventura, que pedimos dema- siado en tantas cosas como aquí hemos tocado, á lo cual respondo: que á quien crea que, para ser buen terciario basta sólo llevar el escapulario y ceñir la cuerda, sin tener cuenta con la vida, esto parecerá mucho; mas no así, á quien se halla con- vencido de que para ser verdadero hijo de San Francisco y terciario perfecto, es preciso amoldar las costumbres al espíritu de la V. O. T. Diréis tal vez que os falta tiempo, que vuestras ocupaciones no os permiten llevar una vida tan piadosa, que sois pobres labradores ó laboriosos artesanos que necesitáis todo el tiempo para pro- (1) Mons. de Segur.

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