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142 DE LAS BUENAS COSTUMBRES cristiano; porque la observancia de los divinos mandamientos, la exacta fidelidad en el cumpli- miento de las leyes de la Iglesia, la exactitud en el desempeño de los respectivos deberes, y otras cosas análogas, cierto es que obligan indistinta- mente á todos los que pertenecen al cuerpo mís- tico de Jesucristo. Mas forzoso es convenir, que aparte de estas obligaciones comunes á todos los cristianos, separadamente de esa santidad esen- cial y obligatoria que á todos se exige, el tercia- rio, en virtud de su profesión, está obligado á alguna cosa más, á que sus costumbres sean más ajustadas á las máximas del Evangelio, á que sus acciones sean más virtuosas, en fin, á que su vida sea más fervorosa y perfecta. De lo contrario, ¿de qué serviría haber vestido el hábito de penitencia y haberse obligado á observar la Regla de la V. O. T.? ¿Tan sólo para ser buenos cristianos sin aspirar á más elevada perfección? Pues para asto, indudablemente, no es preciso ser terciario, puesto que también, sin serlo, puede uno lograr esto. El ingreso en la V. O. T. supone miras más altas, pensamientos más generosos, deseos más grandes de perfección. Sólo para esto se viste un hábito pobre, que simboliza el desprendimiento y la mortificación, y se abraza un tenor de vida tan opuesto á las disoluciones del mundo, y se perte- nece á un Instituto que tiene la forma y el nom- bre de Orden, para conseguir un grado de santi- dad superior á la de aquellos que á ninguna de estas cosas se obligaron.

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