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CONFERENCIA OCTAVA 129 medio alguno para mantener los sagrados dere- chos de la Religión, y defenderla, según la posi- bilidad, de los insultos y ataques de sus adver- sarios. Desgraciadamente, vivimos en una época en la que son harto frecuentes los insultos á la Religión y las agresiones á sus ministros; se ridiculizan nuestros dogmas más sublimes, se escarnece la moral católica, se ultraja el nombre de Dios con blasfemias que hielan la sangre del creyente que las escucha; se conculcan, con inconcebible cinis- mo, las leyes divinas y eclesiásticas, y se hace todo esto, las más de las veces, con el único fin de herir los sentimientos cristianos, escandalizar á los incautos y hacer titubear á los de corazón apocado y creencias poco arraigadas. Las circuns- tancias, pues, de hoy demandan mayor entereza de fe, más grande energía y valor de ánimo, con- vicción más profunda y aprecio más alto de las cosas y personas de la Religión, para que, al verlas motejadas y escarnecidas de los ímpios, no desfallezca ni se amengije nuestro entusiasmo religioso, sino que se aumente y cobre mayor ardimiento, con la oposición y guerra de los malos. Callarse cuando ellos blasteman, disimular cuando calumnian sin miramiento, mostrarse indi- ferentes ante los ataques groseros de la impiedad á lo más sagrado de nuestra Religión, y esto, por no excitar su hilaridad volteriana ó por huir de los epítetos con que ellos suelen tildar á los buenos

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