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CONFERENCIA OCTAVA 127 el célebre Obispo de Barcelona, San Ponciano: «Cristiano es mi nombre; católico mi apellido.> Cristiano, esto es: discípulo de Cristo, seguid or de sus doctrinas, imitador de sus ejemplos. Cató- lico, es á saber, miembro de la única verdadera Iglesia, columna y sostén de la fe; hombre que reconoce en el Papa al Vicario de Jesucristo, al Supremo Jerarca del Catolicismo, á la Cabeza Visible de la Iglesia, al Pastor de toda la grey cristiana, al Juez inapelable de todas las contro- versias dogmáticas y morales; hombre, en fin, que reconoce el magisterio infalible del Romano Pon- tífice, y acata, con entera sumisión, sus decisio- nes y su autoridad suprema y universal. Este nombre y este apellido, los más glorio- sos y nobles que nos es dado ostentar sobre la tierra; estos honrosísimos dictados, tan perfecta- mente ortodoxos que ellos solos bastan á distin- guir los verdaderos fieles de toda casta de here- jes y cismáticos, son los únicos que cuadran al terciario franciscano, y los únicos también, que él puede llevar sin mengua de su fe y sin engendrar sospechas de la pureza de sus creencias. Cristiano y católico: ved ahí el sagrado lema escrito en la inmaculada bandera de la milicia Se- ráfica; tal debe ser, por lo tanto, la divisa del le- gítimo hijo del Serafín de Asís. Mostrarse fiel á ese bendito lema, llevarlo como contraseña en todas sus obras y palabras, ostentarlo en todos los actos de la vida pública ó privada, ved aquí el primero y el más principal de los deberes del ter-
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