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CONFERENCIA OCTAVA 123 ¡AE AAA ii cularmente todo terciario franciscano, profesar en toda su pureza é integridad, y conservarla con exquisito cuidado como prenda riquísima y tesoro de valor inestimable. Hijos de aquel gran santo á quien Gregorio IX apellidó varón católico, apostólico, romano, los terciarios han de amar fervorosamente la fe cató- lica, y ese mismo amor debe hacerles solícitos en mantenerla en toda su pureza, limpia de todo error, para profesarla en toda su integridad, sin limita- ciones de ningún género, y sin esas interpreta- ciones racionalistas, tan en boga en nuestro siglo, que destruyen la esencia de la fe ó la desvirtúan lastimosamente. La fórmula de nuestras creencias no ha de ser otra que la de la Iglesia Católica, única depositaria de la revelación y su intérprete autorizado é infa- lible: creer lo que ella cree y amar lo que ella ama; condenar lo que ella condena, y aborrecer lo que ella aborrece. Esto es lo seguro, esto es profesar la verdadera fe, esto es seguir las enseñanzas del Evangelio, puesto que la Iglesia es la personifica- ción de Jesucristo; es Cristo viviendo en todos los siglos, Cristo difundiendo su divina luz por todos los ámbitos de la tierra, Cristo adoctrinando á los hombres con sus celestiales verdades; Cristo, en fin, luz, camino, verdad y vida de los elegidos. Creer, por consiguiente, lo que la Iglesia cree, es creer todo lo que Jesucristo ha enseñado, es pro- fesar su doctrina en toda su pureza é integridad. Admitir otra fórmula de fe, sería profesar un siste-
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