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110 ESPÍRITU DE LA Y. O. T. mejores tiempos, renovaría en el nuestro, el espi- ritu del Evangelio, establecería la paz, encendería el fuego de la devoción, suavizaría las asperezas que, el egoismo de unos y las impaciencias de otros, ha suscitado entre las diferentes clases de la sociedad, apartaría á muchos cristianos de los excesos y locuras del siglo, y enfrenaría, final- mente, las pasiones del lujo, de la sensualidad, de la codicia y todas las otras que son el cortejo de la moderna civilización, y constituyen el purulento cáncer que oculta bajo su rozagante vestidura la sociedad de nuestros días. Sólo atendiendo al espíritu de la T. O., podía prometerse el mencionado Pontífice resultados tan halagiieños para la Iglesia y bienestar de los pueblos. Y la verdad es que la V. O. T., difun- dida por todas partes, y obrando sus miembros según el espíritu de la misma, produciría efectos tan saludables. Porque basta fijarse en las pres- cripciones de su Regla y en las virtudes que sin- gularmente encomienda, para convencerse de que, en efecto, es ella un elemento de regeneración social. En otros tiempos vemos que la V. O. T. inter- vino eficazmente en la pacificación de los pueblos y en la santificación de las familias; que por su influencia florecieron, cual nunca, en todos los estados, la mortificación, el desprendimiento, la humildad y otras muchas virtudes, y que bajo su dirección se constituyó un núcleo de intrépidos defensores de los derechos de la Iglesia. Estos y

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