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45 Bien haya el artista, que tan bien supo comprender y repre- sentar en su creacién admirable, aquellas inspiradas frases del mas bello de los canticos: Vedla, cémo viene saltando por los montes y triscando por los collados. Asi Maria, en su imagen de sin par belleza, como el gamo y el cervatillo juguetén, parece no hallarse atin en reposo; y como las corzas ligeras de los campos, aseméjase que baja de la montafia donde asent6 su trono, anhelante, apresurada, porque en su oido resoné el clamor de sus tristes hijos demandando auxilio, clamando angustiados con voz doliente y acento de agonia, en que la ~~ cién puso sus mds conmovedoras inflexiones. «Cubierta con blanco velo «cifiendo nitida veste 4 su talle arrollada una cinta del color de los cielos, la celestial aparicion se nos muestra tranquila, sonriente, respirando amotes, disipando con su sonrisa las negruras del alma, cicatrizando las llagas del corazén, portadora de la paz, la misericordia y el perdén, para el conturbado espiritu del pobre pecador. Pende del brazo de la Virgen un rosario blanco como la tu- nica que la circunda, niveo como el ropaje de los lirios y las azu- cenas, simbolizando la oracién mas grata 4 la Madre de Dios, la que ascendiendo de los corazones de los cristianos, hizo descender al angel de la victoria sobre las naves triunfadoras en Lepanto. Cruizanse sus manos sobre el pecho en aspiracién intensa de amor, en deliquio de felicidad incomparable, en éxtasis de sublime é inenarrable ventura. Su rostro...... ah! su rostro, gquién podra pintarlo? jquién serd capaz de disefiar un trasunto de aquella hermosura divina? equién podra hablar dignamente de la calma que se esparce por aquella faz adorable, de la majestad que irradia aquella frente serena, apacible, tersa como el mar en calma, como un cielo sin nubes, como un corazén sin afanes? ¢Como pintar la mirada de aquellos ojos de tértola enainonaile, segun la requebré el divino Amante; de aquellas mejillas que se- mejan granadas entreabiertas; de aquellos dientes, blancos y unidos, como sartas de perlas; de aquellos labios, rojos como cinta de grana; de aquellos bucles, rubios como las mieses en verano; de aquel conjunto, en fin, de perfecciones, que extasiaban al Esposo y le obligaron 4 llamar 4 la Amada su hertmosa, su predilecta, su esco-" gida, su paloma, su esposa, su /mmacu/ada a4 cuya puerta llamaba

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