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36 de las austeridades y penitencias 4 que se entregaba. El rigor con que trataba su cuerpo y sus sentidos era tal, que las gentes corrian 4 verle, atraidos por la fama y por la curiosidad de presenciar una conversion tan radical y sincera. Todas las ocasiones eran aprove- chadas con avidez por Fr. Bernardo para purificarse de los extravios de su juventud. Atin después de profeso, se ocupaba cuanto podia en los oficios mas bajos y molestos. En una época de enfermedad conta- giosa fué nombrado enfermero, cargo que desempeno con indecible alegria y con aquella verdadera caridad de que nos hablan los libros santos, que experimenta, como propios, el bien y el mal de los proji- mos. Pero ;qué mucho que cumpliese. tan exactamente con la obedien- cia quien ejecutaba las menores indicaciones y deseos de sus superio- res, por considerarles a todos representantes de Dios en la tierra?... Y aun llevé mas alla su caridad. Declarada la epidemia en Scarlato, pide y obtiene licencia para ir 4 cuidar y socorrer 4 los atacados; organiza una Cuestacion general con que atender a los mas necesitados, y reunida que fué la abundante colecta, la distribuye entre los indi- gentes y menesterosos, con lo que alivid algun tanto los desastrosos efectos de la peste, reanimando con su presencia los espiritus abatidos y haciendo mas llevadera la aflictiva calamidad. Su volubilidad, su altivez, su odio 4 la sujecién, su pasion por las riquezas, bien 6 mal adquiridas, quedaron sepultados al entrar en Religion; pero los castigos que se impuso para sujetar aquel _ espiritu indémito y aquella carne rebelde, continuaron toda su vida. No fueron los cilicios y las disciplinas hasta derramar sangre, las solas mortificaciones que ofrecié 4 la Bonded Soberana. Sabiendo que por la gula se embotan los mas nobles sentimientos, poniendo al hombre al nivel de los brutos, desde el momento de su conver- sién solo se alimento de pan y agua, y atin no queria pan cortado en la mesa, sino pedazos recogidos por limosna y comidos de ro- dillas, puestos en el suelo para mayor humillacién. En estas cir- cunstancias, un dia le acometié el maligno espiritu con una tenta- cién, en la que le hacia notar lo insuficiente que seria aquella co lacién para mantener sus fuerzas y su salud, y al mismo. tiempo, inspirandole asco por lo desaseados y secos que estaban algunos de aquellos pedazos, Acudié el Beato a la oracién para librarse de tan molesta pesadilla, y tuvo el consuelo de que se le apareciese el Senor, y cogiendo uno de aquellos sucios mendrugos, lo empapo en la preciosisima Sangre que brotaba de su costado, dandoselo luego cual santa Comunion, del pan mojado en la Sangre del Salvador,

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