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25 jOh, Jehovah! — decian aquellas voces argentinas.—Vos que tan prodigamente proporcionais el grano que alimenta 4 las avecillas del campo, dad el pan de cada difa 4 los pobrecitos de Israel. —Asi sea,—respondié una voz de mujer. Jesus se unié 4 la plegaria de los nifios. Uno de estos, atraido por voz tan encantadora, advierte su presencia, y lleno de gozo exclama: jOh, madre, por aqui anda el buen Nijio Jesus! Invitale, 4 que entre. jLe queremos tanto! Sin aguardar la respuesta de la madre, los nifios todos corren en - tropel al encuentro de Jestis, al que abrazando carifiosamente, dicenle. —Mira, Jestis, las bellas y doradas frutas que nos han regalado. Vén, que te daremos una parte de ellas Y rodedndole aquellos buenos nifios con grande alegria y alga- zara, echan frutas en el cestito de Jestis. Jestis les sonrie carifiosa- mente y se deja obsequiar. —Entra en casa,—Nifio amado,—le dice la mujer de la cabafia Vén y descansards. yCémo andas tan tarde por estos andurriales? El Nifio siempre dulce y humilde, le dice que en casa de sus padres faltaba el pan; pero callé con prudencia el desaire recibido de la gran sefiora de Simoénidas. 2Conque tienes hambre? jHambre en tan tierna edad! jOh, si; bien me lo estan diciendo la palidez de tus mejillas! Aguarda un mo- mento .. Rubén, Simén, Samuel, Lia, dad un abrazo al Nifio Jesus y retiraos presto 4 descansar, La mujer de la cabafia cierra la puertecita por la que se habfan retirado los nifios, y va luego 4 coger una taza de leche, y mojando pan en ella lo ofrece al Hijo de Dios. —Pero vos, Serapia, shabéis cenado ya? —No te apures por ello, queridito mio; Dios me hizo robusta y , me da salud, y bien puedo aguardar la vuelta de mi esposo Jacob. El, sin falta, traera mafiana buena provisién de pan. El Nifio Divino dirigiéd una de aquellas miradas que penetran en el alma, y unidas sus manecitas permanecié algunos instantes en dulce plegaria. La mujer le miraba extasiada. Pareciale hallarse al lado de un Serafin del Cielo. jOh, era mucho mas que todos los Serafines! Corre de nuevo al armario, y cogiendo de alli todo lo que le habia quedado de leche y pan: —Toma, llévalo todo,—le dice;—que participen de ello tu Ma- dre y tu padre José.

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