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254 Sobre la gruta, ante la cual estaba arrodillada Bernardita, pardése la Visidn, en un nicho rtistico, y formado por la roca, en el centro de una claridad sobrehumana. «Parecia muy joven y tenia la gracia de los 20 afios. En sus fac - ciones de una pureza infinita se mezclaban en cierto modo, sin turbar su armonia, las bellezas sucesivas y aisladas de las cuatro estaciones de la vida humana «Sus vestiduras de una tela desconocida eran blancas como la nieve y mds magnificas en su sencillez que el traje deslum- brador de Salomoén en su trono. La falda larga y rozagante, la falda de castos pliegues, dejaba asomar los pies, que descansaban sobre la roca y hollaban ligeramente la rama de un rosal silvestre. Sobre cada uno de aquellos pies, de virginal desnudez se entreabria la rosa mistica del color de oro. «Por delante un cinturén azul como el cielo y medio anudado alrededor del cuerpo colgaba en sus largas fajas que casi Hegaban al nacimiento de los pies. Por detras, envolviendo en sus pliegues la espalda y lo alto*de los brazos un velo blanco fijado en torno 4 la cabeza bajaba casi hasta el fin de la falda. Un rosario de cuentas blancas como las gotas de leche y de engarce amarillo como el oro de las mieses pendia de sus manos unidas con fervor.» Alli se hallaba un ser celeste. Subita y completamente transfigurada Bernardita, no era ya la nifia Bernardita: era un Angel del cielo sumido en indescriptibles arroba- mientos. Su rostro no era el mismo; otra inteligencia, otra vida se pintaban en él Ya no se asemejaba 4 si misma; parecia otra persona diferente. Su actitud, sus menores ademanes tenian una nobleza, una dignidad, una grandeza sobrehumanas. jOh Sefiora mia! dijo por fin timidamente la nifia. Quereis tener la bondad de decirme quién sois 7 cémo os llamais? La real aparicién se sonrié sin responder. Ante el silencio de la vision insistid Bernardita y repitid: —Oh Sefiora mia, queréis tener la bondad de decirme zquién sois y como os llamais? «La aparicién parecia mds radiante, como si fuese en aumento su alegria; pero no respondié aun 4 la peticién de la nifia?» «Bernardita redoblé sus instancias y por tercera vez repitid las palabras:— Oh Sefiora mia: Quereis tener la bondad de decirme ¢quién sois y cémo os llamais?.... — Os rogamos también nofotos que tengais la bondad de de- cirla quién sois y cémo os llamais, clamaron 4 una los espiritus angé- licos que hacian la corte a la Sefiora. — Hablad Sefiora, también los hombres todos desean ardiente mente oir vuestras palabras. Al ultimo ruego de la nifa y de los angcles, la vision separd las manos y dejo deslizarse por su dcrecha el rosario de engarce de oro y cuentas de alabastro. Abriéd después los brazos y los incliné ‘ hacia el suelo, como para enseflar 4 la tierra sus manos virgina-

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