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ha Gercera Orden DE SAN FRANCISCO. Francisco y de sus discipulos fueron tan eficaces que, como dice Leén XIII en su Enciclica Auspicato, «una multitud, dvida de oirles, corria en masa en pos de ellos; ponfase entonces 4 llorar sus faltas, 4 olvidar sus injurias y 4 venir, por la tregua en las dis cordias, 4 sentimientos de paz. No se puede ponderar con qué ar- diente simpatia, y casi impetuosidad se llegaba la multitud 4 Fran- cisco. Por donde quiera que iba, un gran concurso de pueblo le seguia, y no era raro que en las poblaciones pequefias y en las mas populosas ciudades los hombres de todas condiciones le pidie- sen ser admitidos en su orden. Esto fué lo que obligé al Santo Patriarca 4 establecer la Tercera Orden, destinada 4 hermanar todas las personas de cuaquiera condicién, edad y sexo. La orga- niz6 sabiamente, né-con reglas particulares, sino con las reglas mismas del Evangelio, que nunca parecian duras para ningwn cristiano.» Francisco instituyé esta venerable Orden Tercera mo- vido no solamente de su atdiente amor hacia los hombres, sino también inspirado del Espiritu Santo, para que esta institucién tu- : viese por autor principal 4 Dios, Sefior nuestro. «Sabed, hermanos carisimos (dijo el Santo 4 los innumerables seglares que querian abandonarlo todo para seguirle), que el Seftor me ha revelado un medio con que podréis ser como religtosos sin que dejeis vuestras casas, ni desampareis vuestros hijos. Yo haré una Regla y os tra- zaré la manera de vivir, ayudado de la divina luz, y pediré apro- bacién de ella al Sumo Pontifice romano, Vicario de mi Sefior Jesucristo, segin la cual, y guarddndola fiel y devotamente, po dreis todos, asi hombres como mujeres, sin dejar vuestras hacien- | das, ni obligaros 4 las estrecheces de la Orden, arreglar vuestras vidas, perfeccionar vuestras obras y asegurar la salvacién eterna de vuestras almas.» Eg ejemplo de las virtudes y la fuerza de las palabras de San 29
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