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“222 una regla cuyas primeras palabras son estas: «Esta es la regla de los frailes menores: guardar el Evangelio de nuestro sefior Jesucristo. » Una regla celebrada de los sumos Pontifices con magnificos elogios. Gregorio IX, Nicolas 1V, Clemente V y Julio II la llaman libro de la vida, arra de la gloria, medula del Evangelio, llave del paraiso, pacto de reconciliacién eterna. Una regla que ha santificado millo- nes de almas, que ha establecido la observancia del Evangelio ya amortiguada, que ha despoblado el Egipto del siglo para poblar el desierto y que ha llenado de santos los altares; una regla finalmente, que ha convertido el suelo de la Iglesia en el bello recinto de una Jerusalén santificada. Tal como ésta es la regla que recibid Fran- cisco del Sefior para sus frailes. Tal como ésta es la regla, que dicté asimismo el divino espiritu para sus monjas. Sed ecce mundus totus post eum abit. Pero viendo todavia Fran- cisco que todo el mundo le seguia, que no todas las gentes podian ni debian abandonar sus estados, empleos y ocupaciones, forma un tercer proyecto para reducir a una disciplina mds exacta las costum bres de los pueblos, y escribe otra tercera regla para una Tercera Orden, en la que sin salir cada uno de su estado, entre en la clase de los hijos de S. Francisco, y consiga observandola la vida eterna. jQué prodigio este tan nunca visto desde el tiempo de los apéstoles! jQué transmutaciones estas tan asombrosas! Los monarcas mds po derosos, sin abandonar el cetro ni la administracién de sus reinos, corren 4 ser hijos de S. Francisco en esta tercera orden. Los prin- cipes, los duques, Ies condes, los marqueses, se apresuran 4 tomar el cordén de S. Francisco. Las damas mas ilustres, las princesas mas poderosas, lar reinas mismas, las emperatrices se anumeran a la orden de S. Francisco: ecce mundus totus post eum abiit. Los viudos, los casados, los solteros, las solteras, las viudas, las casadas, el mundo todo, digamoslo en una palabra, se renueva, se reforma, se mejora con la vida, con Ja predicacién y las reglas de nuestro padre S. Francisco, Asi le apellidan todos, Nuestro Padre S. Fran- cisco dicen los tribunales: nuestro padre S. Francisco dicen los re- ligiosos de otras 6rdenes: nuestro padre S. Francisco dicen los vene- rables sacerdotes: nuestro padre S. Francisco dicen todos, confesando con esto ingenuamente ser Francisco como un padre universal de todos los vivientes, y como un reparador magnifico de la Iglesia. Sin esta misi6n de San Francisco :quién hubiera llevado el Ev an- gelio al Africa, al Asia, 4 la América? ;Quién hubiera santificado tantos millones de almas en el Nuevo mundo? 2Quién hubiera dado tantos Pontifices a Roma, tantos cardenales, tantos patriarcas, arzobispos y obispos a las iglesias, tantos martires 4 la fé, tantas virgenes al paraiso, tantos intérpretes a la Escritura, tantos celosos predicado- res a los pueblos? El nombre dulcisimo de Jestis no tendria hoy en la iglesia la veneracién que tiene, si hubiera faltado un Bernar- dino de Sena, el cual sufrid hasta ser acusado de hereje por esta causa. ;Cuando hubiera llegado el misterio de la Purisima Concep- cién a la gloria de ser tan venerable en la iglesia, si un Escoto
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