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<x vas (Disidn d¢ San Francisco. Ve, Francisco, y repara mi casa. (S. Buenaventura.) da otra idea de si misma que la de un lijero vapor que sube de la tierra; pero que agitada después de los vien- tos se viste de pardas sombras. oscurece todo el horizonte, y en gruesando sus halitos, ya rompe e1 horrorosos truenos, ya hace estremecer las gentes con sus relampagos, ya inunda toda la tierra con sus aguas? Pues 4 ese modo aquel peyucnho Francisco desnu- do en casa del Obispo, sale cubierto de un capote pobre, atada, la cintura con una cuerda, y llevando una cruz en la mano, y el Evangelio en el coraz6n, predica como un nuevo apostol en las plazas de Asis 4 equellos mismos que habian sido sus compafieros poco antes en las vanidades del siglo. Su voz es temida como un trueno de la indignacién divina, y no solo consigue de los peca- dores la observancia de los preceptos evangélicos, sino que les per suade que abracen los mas sublimes consejos. A su imitacién renuncian las propiedades y posesiones y vi- ven gozosos con la pobreza voluntaria. De todas partes acuden a él los pecadores, y parten de su presencia convertidos en nuevos hombres. Todas las cosas van mudando de semblante. Las damas mas ricas, mas delicadas y hermosas, llenas de un saludable favor con la vista de San Francisco, abandonan las galas, dan de mano a los placeres, y muriendo enteramente al mundo para vivir en Jesucristo, siguen las instrucciones del Santo, y se encierran para siempre en los monasterios. Los tratantes dejan las usuras; los ar- tesanos evitan en sus talleres los engafios; los jueces administran justicia con equidad y desinterés; en las familias entra 4 reinar la piedad, en la juventud la disciplina, en el clero la modestia, y en el templo la veneracién. |Qué prodigio de la gracia del omnipo- tente Dios! Yaics alguna vez una despreciable nubecilla que apenas V,

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