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a1) poco 4 poco las grandes montafias se cubren de sombras, mientras qué alld arriba, en la inmensidad, las estrellas se encienden a millares. La muchedumbre, algunos instantes antes menos densa, afluye de nuevo de todos lados 4 la explanada, asi como 4 los terrenos que forman su prolongacién inmediata. Observo que todos los peregrinos tienen al presente en la mano cirios en que no brilla ninguna llama. Cada cirio va rodeado de un cucurucho de papel de color, sobre el cual hay escritas estas palabras: « Recuerdo de Nuestra Sefiora de Lourdes, » Son las ocho, la noche ha llegado. La multitud esta silenciosa. Tras la montafia del Jez que cubre a Lourdes con su grande som- bra, se ha levantado la luna, que vierte sobre todo lo que me rodea sus blancos rayos. De subito, en la cumbre del Jez, una cruz levanta hacia las alturas del cielo sus brazos luminosos. Como si esto fuera la sefial esperada, instantaneamente se encienden los cirios de los peregrinos. La basilica, las balaustradas, el campanario se abrasan de fuegos rojos y blancos, y en pocos minutos surge delante de mis ojos deslumbrados la decoracién mas fantdstica: 50,000 cirios, lleva- dos por manos piadosas y recogidas, arden a la vez formando una cadena no interrumpida de temblorosas lucecitas. Empieza una voz alta 4 entonar con un ritmo lento una Ave Maria, que otras 50,000 repiten 4 coro. Lentamente la procesién desfila delante del santua- rio, subiendo y bajando las rampas de la basilica, se desarrolla 4 uno y otro lado de la explanada, y alli bajo, en las profundidades de los caminos llenos de césped apenas entrevistas, el rio de fue- go corre siempre con el mismo canto ritmico, y durante una hora esta visidn se prolonga sin que mis ojos se cansen de contemplarla. Mas las iluminaciones eléctricas del campanario y de la iglesia se apagan bruscamente. Enténces se deshace la procesién. Las lla- mitas de los cirios corren locamente para unirse por grupos dis- tintos y separados. ;Qué hay atin? Son los peregrinos que, en puntos determinados de la explanada, se reunen por provincias para can tar aun, en la lengua especial de cada pajfs, las alabanzas 4 la Virgen Maria. He aqui la Provenza, con dos 6 trescientos hijos de Arles, con el vestido propio de su pais, cantando: Prouvengon e ca- tholi, nostro fe, nostro fe n' a pas feli: «Provenzales y catdlicos, nuestra fe, nuestra fe no ha disminuido.» He aqui los bretones. que primero cantan en bretén, después en francés; «Venimos del pais de Armor, donde la sangre es pura y fuerte el corazén.» He aqui los lemosinos, los gascones, los de la Auvernia, los norman- dos. Mas lejos, un grupo de cien sacerdotes jévenes cantan en un idioma desconocido. Me acerco, son sacerdotes portugueses, llega- dos de su pais al mismo tiempo que la peregrinacién nacional. Cantan y la multitud piadosamente recogida, los escucha. La hora avanza y me es preciso volver 4 la estacién. Con paso lento me alejo, y tomando el camino cubierto de hierba, ahora de- sierto, voy hacia las realidades de la vida, mientras que, ya lejos de la explanada y de la basilica, cuyas lineas se esfuman vaga- mente en la noche, paso cerca de un imagen de la Virgen ilumi-

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