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207 lico y dos prefectos apostdlisos capuchinos pertenecientes a las pro- vincias de Bélgica y Austria, las cuales sostienen con su personal el peso de estas misiones. Si ademas afiadimos Aden, Eritrea, Sychalles Carolinas, Maria- nas, Filipinas y Borneo, tendremos un cuadro completo de las misiones confiadas 4 los capuchinos, campo vastisimo para el corto nimero de operarios evangélicos, pero 4 quienes no les arredra ni el peligro, ni la distancia, ni la muerte, ni obstaculo alguno, pues el celo que infundid San Francisco en el corazén de cada uno de sus hijos, es mayor que los peligros que puedan arrostrar en su peregrinacién apostdlica. 2Pueden ofrecer los impios un cuadro mas consolador que el de los misioneros, despreciando sus bienes, abandonando su patria, inter- nandose en los desiertos de Africa, en las etapas de Asia, en las pampas de América, en los bosques de la Oceania, en busca de almas que regenerar con la sangre de Jesucristo despreciando los tormentos del tirano, entregando sus almas por la conversién de sus verdugos? No, y mil veces no Esta fruta sdlo se cosecha en la Iglesia caté- lica, arbol frondisimo que cobija bajo sus ramas 4 todos los hom- bres, a todas las naciones, 4 todas las razas, y cuyos frutos de ca- ridad, conquistados en el Gélgota por Jesucristo, son esparcidos por el mundo: por sus angeles, de quienes son fiel trasunto los misione- ros catdlicos. Vean lo que dice el gran Chateaubriand de los misioneros ca- tdlicos; y comiencen por respetar las instituciones religiosas que tan sazonados frutos producen. «Regenerada ya la Europa, y viendo en ella estos predicadores de Ja fe una gran familia de hermanos, volvieron los ojos hacia aque- llas remotas regiones, en donde atin perecian tantas almas en las tinieblas de la idolatria. Movidos de compasién al ver esta degra- dacién del hombre, se sintieron con un deseo inmenso de derramar su sangre por la salvacién de aquellos pobres extranjeros. Los anti- guos fildsofos jamds abandonarofi los jardines de la Academia ni las delicias de Atenas, para ir, movidos por un impulso sublime, 4 hu- man zar los salvajes, 4 instruir al ignorante, 4 curar 4 los enfermos, a vestir al pobre y 4 sembrar la concordia y el pan entre pueblos enemigos; sdlo los religiosos han hecho esto y lo repiten todos los dias. Los mares, las borrascas, los hielos del polo, el fuego del tré- pico, nada les detiene. Viven con el esquimal en su cueva hecha con pieles de vaca marina; se nutren como el groelandés con aceite de ballena; recorren la soledad con el iroqué 6 el tartaro; cabalgan en el dromedario del drabe 6 siguen al cafre errante en sus abrasa- dos desiertos; el chino, el japonés y el indio han llegado 4 ser ned. fitos suyos; no hay escollo en el Océano que haya podido escaparse a su celo, y falta tierra para su caridad, como antes faltaron reinos para las ambiciones de Alejandro.» FR. SEGISMUNDO DEL REAL DE GANDIA. Misionero Capuchino.
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