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200 apréndese la ciencia divina de la oracién; pidese para si mismo, por los los suyos, la patria, el Papa y la Iglesia; pidese por los pecadores a quienes la Virgen Santisima encomendé tanto en este lugar. La oracién se hace facil, dulce; ardiente, ante las miradas de la Madre de Dios; embridgase el alma con uno de esos destellos de luz y amor que dejaban extasiada 4 la humilde Bernardita. «Oh! jcudn bueno es el permanecer aqui!» Después de la comida, uno tras otro, en grupos, 6 todos juntos, en una libertad tranquila, los peregrinos recorren los senderos, no- tandose por todas partes la oracién, la admiracion, la alegria; detié- nense postrados ante la Gruta bendita; suben 4 arrodillarse a la Iglesia; y, atraidos de nuevo hacia abajo acuden al incomparable santuario de la orilla del Gave. Entre los canticos y las preces, reu- nidos se presentan en la Capilla 4 la hora convenida para cantar con mas solemnidad, sin cesar por ello de orar. Los misioneros les dirigen la palabra para hablar a sus almas de lo que ellas mismas todo el dia han sentido: la Virgen Inmaculada, su bondad y su poder, los do- lores y miserias que los aquejan, sus amores, sus esperanzas. Viven de Marfa, poderosisima Madre de Dios y benignisima Madre de los hombres., Todos sus pasos se enderezan 4 buscarla; todas sus pa- labras la aclaman; la ofrecen todos sus alegrias y tristezas, y los corazones la aman como nunca habian amado, como no se ama sino alli, Mas hé aqui que llega la hora de la procesién de las antorchas. zAcaso no habia dicho el Profeta: «El dia se lo anunciara al dia, y la no- che se lo anunciard 4 la noche?» Las alabanzas de Maria no ten- dran nunca tregua en este lugar. Cuando las estrellas han encendido sus fuegos, y entonado en el firmamento del Sefior sus étereas armonias, los peregrinos extien- den también un firmamento nuevo 4 los piés de Maria: las antorchas centellean en sus manos como los astros en el Cielo; todos murmu- ran los cdnticos y oraciones de la noche. Luego se hacen en la Gruta plegarias calurosas, impetuosas 4 modo de turrentes; y la voz de los apdstoles arroja palabras ardientes que hacen brotar arroyos de lagrimas. A esto suceden inmensos clamores de esperanza y amor. En fin esta procesiédn de canticos y luces rompe su brillante marcha, ;Ah! si los Santos del Paraiso pudiesen bajar en procesién 4 la Gruta de Lourdes, seguramente en este mismo orden se vol. verian al Cielo. Tales son los dias, tales son las noches de las peregrinaciones en Nuestra Sefora de Lourdes. P. Marfa ANTONIO DE LAVAUR. Misionero Capuchino, a i

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