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198 De este modo llegan 4 las estaciones; los mismos empleados al oirlos se sienten conmovidos. Encadenados por el deber, envidian la suerte de los peregrinos, y, con frecuencia les piden se acuerden de ellos 4 los piés de la Inmaculada; y les traigan una medalla 4 su regreso. Parten: el negro vapor humea, y el incienso de la oracién se eleva apacjble y puro; la maquina silba y ruge, y los religiosos canticos dejan oir sus acentos de amor. Las ciudades y los campos, los tuneles y los valles repiten 4 porfia tantas y tan religiosas y suaves armonfas, Las noches, sin suefio, son verdaderamente blan cas y bellas con las luces serenas que bajan del Cielo; y los An- geles parece que cantan: «Levantate, Jerusalem; la gloria del Sefior ha lucido sobre ti... Las naciones caminan hacia la luz... Levantate, vuelve los ojos a tu alrededor... mira: todos estos pueblos vienen hacia ti.» De repente por la mafiana, muchas veces al despuntar la au- rora, y con ‘frecuencia en hora bastante avanzada, la ancha via que une la estacién 4 la ciudad aparece orlada de dos largas filas de viajeros; sus cdnticos lejanos se perciben vagamente, y en lontananza se distinguen sus religiosos estandartes. Al entrar en la poblacidn, con sus alegres repiques los saludan las campanas; el pueblo se agolpa 4 su paso: ellos solo cantan y rezan! Al verlos, todos se dicen admirados el pais de donde vienen. Mas, de cualquier tierra que hayan venido, un nombre solo tienen que cantar: la Virgen Inmaculada de Lourdes! Oraciones, cdnticos, estandartes, almas alborozadas de alegria, todo camina y pasa cual visién del paraiso ante los embelesados espectadores; bien pronto, al divisar los pere- grinos la Santa Capilla, el Gave azul y los frondosos y verdes al- rededores de la Gruta, !:gares Santos donde vienen 4 buscar, desde tan lejos, las huellas preciosas de la Reina del Cielo, siéntense po seidos del mayor y mds delicioso de los entusiasmos. Al subir la colina la cubren de magnificencia, Llegan engalanados y modestos en largas filas ordenadas con las cruces, los estandartes, las oriflamas que agitan los céfiros de la» mafiana; deslizan entre sus dedos las cuentas de sus rosarios, mezclan sus religiosos canticos al sonoro murmullo del Gave, y los lanzan 4 los multiples ecos de las montafias que al repetirlos pa- recen estremecerse de alegria. Los senderos, que tantas veces holld la planta de Befnardita, transformados en hermosas avenidas, vénlos pasar y volver 4 pasar casi sin interrupcién ~ Con sus masas apifiadas han llenado la Capilla espléndida y luminosa que pidiera la Inmaculada Ante la perspectiva brillante de las columnatas, de los arcos de las bévedas aéreas, bajo los es- tandartes empavesados, extasiados se detienen como en los umbrales de una camara celestial. jCon que esta es, exclaman, la Capilla pedida por la Virgen Santisima en la Gruta!... y glorifican al Senor con el silencio de una no esperada admiracién. La oraciédn comienza de nuevo; los canticos

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