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190 y los dias que faltaban para su unidén con Jest le parecian siglos; y al propio tiempo temia Francisco que no se marchitase aquella flor con el halito cnvenenado del mundo, y creia legada la hora de trasplantarla al jardin de la vida religiosa. Convinieron en que ese acto tan transcedental se verificase el 19 de Marzode 1212, domingo de Ramos. La tierna virgen, adornada de todas las galas, fué 4 la catedral de Asis, pero en vez de seguir la costumbre de adelantarse 4 re- coger los ramos benditos, quedé parada con los ojos modéstamente cntornados, y viéndola, salié 4 su encuentro el Obispo y le did una palma, emblema de las victorias que iba 4 conseguir sobre el mundo. A la noche siguiente, 4 la hora en que toda la ciudad estaba doimida, salié Clara de la casa paterna, vestida como una novia el dia de sus bodas y acompafiada de Bona, su amiga fiel. Las piedras y postes, que cercaban el jardin de su casa, cedieron mi- lagrosamente al impulso de sus dedos, y aquella inocente paloma feliz de ver ya rotos los ultimos lazos que le aprisionaban, dirigidé el vuelo hacia la casa del Sefior para ofrecerse en holocausto sobre el altar del Amor divino. Los Religiosos, con cirios encendidos, la aguardaban en Nuestra Sefiora de los Angeles; cortéla Francisco el pelo en sefial de renuncia de las vanidades del mundo, la puso una vestidura muy burda, de color de ceniza, le cifid una cuerda 4 la cintura, y la cubriéd la cabeza con un velo espesisimo. Luego, pos- trada ante la imagen de la Virgen, hizo Clara sus votos y distribu- yo entre los pobres sus alhajas y vestidos. El sacrificio estaba con- sumado; la inmolacién era ya completa. Francisco la condujo al monasterio de San Pablo, donde la segunda Orden, lo mismo que la primera, debié asilo a la de San Benito. Alli quedé Clara encerrada voluntariamente, y no cambidé aque- lla cdrcel sino por la patria celestial y asi sucediéd que San Da- mian fué para las Damas Pobres lo que la Porcitincula para San Francisco y sus compafieros; una tierra de bendiciédn cerrada al mundo, abierta solamente el cielo. ;Quien podra decir cuantas flo res crecieron en ella, qué perfumes no se exhalaron de aquellas celdas mezquinas, y cudntos angeles humanos volaron de alli a la gloria?... Nos contentaremos con recordar que las vocaciones fueron muchas desde el principio, y que la Santa Abadesa vid congre- garse al rededor de su cayado una falange de almas serdficas: 4 Ortolana, su madre, cuando quedo viuda; 4 Inés y Beatriz herma- nas suyas, y 4 aquella Bona Guelfucci, de quien ya hemos hablado. A fuerza de instancias y solicitudes consiguié Clara que Ino cencio IV la autorizase para hacer voto perpétuo de. pobreza, el tinico que nunca se ha solicitado en la curia romana. El tiempo ha consagrado semejante privilegio con singulares mi- lagros. Van seis siglos que las fieles hijas de Sta. Clara sdlo fian de la Providencia, y van seis siglos que la Providencia vela, con ma- ternal solicitud por ellas. Mas debemos decir, y lo decimos con profunda tristeza, que el mundo impio no siempre ha hecho justicia |
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