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81 horas despues, hay un trayecto tan grande que recor- rer, que nadie puede medirlo, sino su propio Hijo que la acompañó. ¡Qué serenidad en los combates con las tribulaciones! ¡Qué certeza é inmobilidad en sus pensa- mientos! ¡Qué union tan íntima con los decretos y de- signios de su Hijo! Cuando llega el momento de querer Jesus mostrar la gloria de su naturaleza divina, María interpone su mediacion, pidiendo una gracia para sus amigos *, pues no parece sino que como Madre está pe- netrando los sentimientos del corazon de su Hijo, que es todo amor y caridad. Y ¿quién no se pasma al con- templar lo que pasa entonces entre el Hijo y la Madre? María ruega á Jesus, y sin negarse este, da un testimo- nio solemne de que no. por miras de carne y de sangre, sino por decreto de su Padre y suyo, va á llegar la hora, que él habia previsto desde la eternidad para manifes- tar al mundo su poder, todo divino, y la tierna solicitud de su Madre. No comprenden los circunstantes aquel lenguaje divino, con el cual parece que Jesus se desen- tiende de la que lo engendró *: pero bien lo ha com- prendido María, pues llena de esperanza, de suavidad y dulzura, se vuelve á sus patrocinados, diciéndoles: Xa- ced cuanto os diga mi Hijo ?. Tal era la esperanza de María, dada al mundo por modelo. Pero ¿la imitanios nosotros en esta virtud que es, así como la fe, la base de la vida cristiana y el princi- pio de la salud eterna? Dios que es bondad infinita, infa- lible en sus promesas, y omnipotente para cumplirlas, nos dice que no esperemos en los hombres, porque la t Joan. cap. 2, v. 3.» 2 Divina facturus non divinitatis sed infirmitatis matrem velut incognitam repellebat. (Div. Aug. tract. 119 in Joan.) 3 Quodcumque dixerit vobis facite. (Joan., cap. 2, v..5.) 6

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