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80 ¡Ah, con qué firmeza está unido el Corazon de María al Verbo divino, antes que este tome carne en su purí- simo seno! ¡Qué confianza tiene en su virtudy poder! Deseosa de consagrarse toda entera á su servicio, le ha ofrecido el sacrificio de su alma y cuerpo, prometién- dole conservarse siempre Vírgen: pero apenas oye la voz del sacerdocio y de la ley, que la manda dar su mano de esposa al descendiente de la casa de David, á fin de que conserve á la posteridad tan ilustre prosapia, María cede con humilde resignacion, esperando firme- mente que, aquel Dios que la ha inspiradb el pensa- miento de ofrecerle su cuerpo en holocausto virginal, la proporcionará en el esposo terreno un custodio de su pudor, un testigo de su virginidad, y un compañero fiel, en cuyo corazon inspire los mismos deseos, para vi- vir ambos entre las azucenas y lirios que tanto deleiten al esposo de las almas castas. Con esta esperanza da María su mano al esposo terreno, y al poco de haberlo hecho, no solo ye cumplidas sus aspiraciones *, sino que se encuentra elevada á ser la Madre de Dios y la reina de las vírgenes. ¿Podremos acaso comprender el modo admirable, con que María ejercitó esta virtud desde que concibió en su casto seno al Hijo de Dios, hasta que este subió triunfante al cielo? ¡Ah! desde aquel momento en que, á pesar de manifestarse ya su santa gravidez, y de no estar informado su esposo de su orígen divino, María no quiso descubrir la sublimidad de su maternidad, deján- dolo todo al cuidado de su Hijo, hasta aquel en que con sus propias manos encerraba en un sepulcro al mismo Hijo, á quien esperaba ver glorioso y triunfante pocas 1 Habuit Joseph cum Maria communem virginitatem. (Div. Aug. Serm. 28 de temp.

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