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53 ner parte en las finezas del amor divino! ¡Oh incom- prensible dureza la de los hombres regenerados en la sangre de Cristo, en no dar oidos á las dulcísimas pala- bras, con que los llama el Espíritu Santo! Se complace este Señor en haber criado nuestras almas tan hermo- sas, como que las destinó desde la eternidad para espo- sas suyas, y las convida á su amor representándolas lo que él es, hermosura infinita, y fuente de toda felicidad, y lo que ellas son, espirituales é inmortales, y las invita ásu trato y conversacion, á su amistad y union. Pero ¿con qué cariño las habla? ¿Gon qué dulzura las quiere atraer á sí? Paloma mia, dice á cada una, muéstrame tu rostro; suene tu voz en mis oidos, porque tu voz es dulce y tu cara es hermosa *. ¡O dicha del hombre! ¡O dignacion de Dios! Pero he- mos de saber que el esposo divino nos llama á verlo y unirnos con él en las concavidades de la albarrada; €s decir, en la soledad y desapego de las cosas mundanas, y en los agujeros de las piedras, es decir, en las llagas de Jesus, sobre todo en la de su sagrado Corazon: pues allá encontraremos el remedio de nuestros males, y el colmo de los consuelos espirituales: allá le representa- remos nuestros gemidos y lloraremos por haberle ofendi- do, nos abrasaremos en el fuego de su amor, y nuestra voz será dulce para él si confesamos nuestras culpas, y conociendo nuestra miseria, le pedimos que nos mire con misericordia. Examinemos por tanto el estado de nuestra alma, y si tuviere alguna deformidad, que la haga indigna del amor del Espíritu divino, lavémosla en las aguas de la penitencia, y rompamos de una vez con el mundo, para unirnos con Dios. 1 Cantic. Canticor, cap. 2, y. 14.
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