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39 este mundo, y poseerlo completamente en el otro! Y sin embargo, ni empleamos las potencias de nuestra al- ma en conocer á Dios y en amarlo, ni nos humillamos ante su acatamiento, reconociendo que solo con sus au- xilios podemos perfeccionarnos en las virtudes y perse- verar en ellas hasta el fin, ni huimos de la corrupcion, que reina en el mundo! ¡Ah! Decidámonos á vivir con- forme á la nobilísima prosapia de donde venimos, y á la suerte inefable para que hemos sido criados. Hemos sáa- lido de las manos de Dios que nos honra con el dictado de hijos, y hemos de volar algun dia á él como á nues- tro fin. Si no queremos que nos rechace entonces como á hijos espúrios y rebeldes, vivamos copiando en nos- otros las virtudes de nuestro Padre celestial, detestando todo placer del sentido, y siendo castos en pensamien- tos, palabras y obras: pues el que ama la limpieza de co- razon, tendrá por amigo al Rey de la gloria, mas el que se abandona á los deseos de la concupiscencia, no alle- gará para el fin sino miseria y muerte eterna MÁXIMAS. Cual es el padre, tal debe ser el hijo: porque asi co- mo este suele llevar en el rostro la imágen de aquel, asi debe llevar su semejanza en las virtudes del alma. Nos- otros llevamos en nuestras almas impresa la imágen de Dios, somos sus hijos, el linage escogido, el pueblo de adopcion. Pero si no llevamos bien grabada la seme- janza de nuestro Padre celestial por la práctica de las virtudes, no podremos gloriarnos de ser en verdad sus hijos. t Prov., cap. 22, v. 11.
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