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271 ces los mismos que son hoy, y cuyos efectos viene experimentando la humanidad que la invoca con fe, desde que su Madre se sentó en el solio de su gloria. Al verse coronada por su Hijo Dios de tanta gloria no le dió las gracias, sin dirigirle ya entonces mismo una sú- plica afectuosa por los hombres; ni se elevó de la tierra» sin mandarla que no fueran las espinasy abrojos que produce, un martirio que les causase desesperacion, sino un ejercicio de paciencia ; ni pasó por los aires, sin reprimir la audacia de los espiritus malos, que andan por ellos para tentar al hombre; ni tocó á las nubes, sin dar antes á sus hijos, que quedaron debajo de ellas, una bendicion que causara envidia, aun á los mismos án- geles. El gozo que tuvo el Corazon de María, al resucitar gloriosa y triunfante por virtud de su Hijo, y al sentarse á su lado en el cielo, era mas que suficiente, para borrar todo vestigio de cuantas amarguras habia padecido én la tierra. ¡Qué delicias tan embriagadoras! ¡Qué grandezas tan inexplicables! ¡Dejar este valle de lágri- mas entre las melodías de los ángeles! ¡Llegar al cielo entre las aclamaciones de los santos! ¡Irá sentarse en el trono de Dios! ¡Entrar en el inmenso océano de su eterna luz, y recibir de la Beatísima Trinidad una corona triple, y un cetro, cuyo dominio se extienda al cielo, á la tierra y á los infiernos! ¡Ah! Para dar un paso mas en esta cumbre de grandeza y felicidad, en donde se halla María, es preciso ser mas que criatura. Sin embargo, María es Madre: y si la presencia de su Hijo glorioso , y la vista intuitiva de su esencia divina, hacen que se olvide de las penas pasadas, no se olvidará por cierto de los hijos desterrados, por cuya causa las ha sufrido. Y en efecto, al sentarse María en el trono de gloria junto ásu Hijo, aconteció la escena mas tierna y amorosa,
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