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269 aquel un dia de dignidad y de poder, cual no habia ha- bido otro para una pura criatura, y de gloria y alegría para el mismo cielo, en el cual los goces no condon sombras ni ocaso, siendo el Cordero de Dios quien los alimenta é ilumina, como sol de justicia. Porque María, que habia engendrado al Rey del cielo, penetró en él cargada de riquezas; y apoyada suavemente sobre el mismo Rey , fue á colocarse en el reclinatorio de oro de la magestad divina, descansando entre los brazos de su Hijo, y diferenciándose de los demás santos y ángeles de una manera admirable é inefable; siendo así, que estos descansan en los tronos que Dios formó, mientras María se reclina en el que ella misma hizo, es decir, en el Hijo que engendró *. Grande es á todas luces este acontecimiento, que ningun mortal ha podido ver: y es tan inexplicable á da lengua de los hombres, y aun de los ángeles, el modo como María entró en la posesion de la gloria que la daba la augusta Trinidad, como la manera con que, hacién- dola sombra el Espíritu Santo, y sobreviniéndola la vir- tud del Altísimo, el Verbo se hizo carne en sus entra- ñas ?. ¿Quién podrá enarrar, cómo, saliendo del sepulcro el cuerpo virginal, mas hermoso que el sol, se sentó en trono de refulgentes nubes al lado de su Hijo, quien bajó á buscar á su Madre, y empezó á subir á los cielos, pasando por medio de los coros angélicos, los cuales, en un mismo cántico, alababan al Hijo y á la Madre, al 1 $. Petr. Damian. Serm. de Assumpt. 2 Neciin terris locus dignior templo uteri virginalis, in quo Christum Maria suscópit, nec in caolís regali solio, in quo Ma- riam Marie filius sublimavit. Felix nimirum útraque susceptio ineffabilis utraque, quia. utraque inexcogitabilis est. (S. Ber- nard. Serm. 2. de Assumpt.)

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