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un sér, á quien conocemos, pero á quien ni amamos, ni tememos, ni servimos. Lo conocemos como Criador y > ue al- como Salvador, y sabemos que es nuestro fin, y q gun dia nos ha de juzgar; mas este conocimiento es una ciencia árida en nosotros, porque nuestros corazones están apegados al mundo, á sus amadores, á sus vani- dades, á su lujo corruptor y destructor de la inocencia y de la virtud, y no nos animan otros deseos, sino la satisfaccion de los sentidos, y el estar en paz con los mundanos, no acordándonos del juicio extremo, des- viando el pensamiento de las penas del infierno, y Cons- tituyendo nuestro fin en los placeres. ¡Ah! ¡Desgracia- dos de nosotros, si no mudamos cuanto antes de senti- mientos y de tenor de vida! La Virgen María empezó á un mismo tiempo á conocer á Dios y á amarlo: si que- remos ser verdaderos hijos suyos, hagamos nosotros otro tanto, empezando desde hoy á dolernos de haber ofendido á la santidad infinita, prometiéndole perseve- rar siempre en su amor, y resolviéndonos á huir del mundo enemigo de Dios. Despues de haber meditado un cuarto de hora sobre esto, se dirá la oracion siguiente: Clementísimo y piadosísimo Señor, que deseando santificar al mundo con vuestra vida, palabras y ejem- plo, preparásteis una habitacion digna de vuestra gran- deza infinita en la Virgen María, santificándola en el primer instante de su Inmaculada Concepcion, y dán- dola innumerables gracias, con las cuales os amase mos que todos los ángeles y santos, y fuerza con que estre- llase la erguida cabeza del enemigo de nuestra dicha, dignaos desterrar de nuestras almas las tinieblas de la culpa, y purificarlas de toda mancha, para que prenda en ellas el fuego de vuestro amor divino, y no tengan 17
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