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! ' le 11 1 210 cuello, y de aquellos ósculos de amor, con que ella se- llaba sus labios, sus mejillas y su frente ; y dándole una mirada dolorosa, le decia con ella que lo amaba por to- los los ángeles y por todos los hombres, y lo tenia en su Corazon como en aquellos dias de sus primeras glo- rias. Grande enseñanza es esta para nosotros; pues nos instruye la Vírgen en el modo como hemos de subordi- nar el amor natural, que tenemos á nuestros hermanos y deudos segun la carne, al amor de Dios, en quien y por quien debemos amarlos, estando dispuestos á per- derlos cuando Dios quiera. ¿Quién amará á sus allega- dos con el amor tan acendrado y tan intenso que María tenia á su Hijo? Sin embargo, cuando su divino Padre lo enviaba al suplicio con amor infinito hácia él y hácia nosotros, y cuando los hombres lo detestaban y ator- mentaban , conforme ella con la voluntad divina, amóá su Hijo como á víctima de la justicia divina, y se unió al Eterno Padre para sacrificarlo; y lo amó como á Hijo de sus entrañas, uniéndose á él en los tormentos y con- solándolo con su ternura. Aprendamos, pues, en el Co- razon de María á santificar el afecto que la naturaleza inspira, no amando á nadie sino en Dios, por Dios, y para Dios. MÁXIMAS. Es el amor tan poderoso, que trasforma al amante en el objeto amado: si este es feliz, lo es tambien aquel, aunque lo aflijan por otra parte mil males: y si es des- graciado, él tambien lo es, aunque lo rodeen todos los otros bienes. Dos corazones que se aman, son dos riye- ras de un mismo lago, que mútuamente se envian y re- ciben sus olas. Quien sabe que Jesus padece, y no sien- te algun dolor, no diga que le tiene amor.
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