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209 las puertas á todo consuelo: los ángeles parece que han perdido su y irtud, para favorecer á su Rey paciente: el Padre no ve en Jesus crucificado al Hijo bien amado, en quien se complace; sino al Hijo cargado con todos los pecados del mundo, por cuya expiacion es preciso que beba hasta las últimas heces del caliz de su justa ira Mientras el cielo se muestra con él tan severo, la tierri se ha convertido en una fiera; pues algunos amigos que tenia, lo han abandonado, y todos los demas hombres braman al rededor de él como toros, y dan rugidos como leones *. Entre lo celestial y lo terreno, entre lo visible y lo invisible, no hay por aquellos momentos mas con- suelo para Jesus, que la ternura del Gorazon de su Ma- dre: ella lora con su Hijo, padece la misma sed, y la punzan las mismas espinas, la abrevan los mismos im- properios, y la traspasan los mismos clavos; y mientras unos con escarnio le dan á beber hiel y vinagre, y otros lo insultan con desafíos blasfemos, María le presenta su Corazon lleno de amorosa ternura, diciéndole sin cesar con voz entrecortada por el llanto, ¡O Hijo mio. Hijo mio! ¿Quién me concediera que yo muriese por ti Hijo de mi Corazon? *? Contémplese cuál sería el estado del amante Cora- zon de María , al ver á su Hijo odiado de los hombres abandonado del cielo, cubierto de llagas como un lepro- so, y convertido en escarnio del pueblo feroz. ¡Ay! Ve- nian á su espíritu los dulces momentos de Belen: acor= dábase de aquel rostro, que enamoraba á los ángeles, de aquellas manos que su dulce Niño entrelazaba en su I Psalm. 21. v. 13. 14. 2- Flebam dicendo, et dicebam flendo: Fili mi, ¿quis mihi, ut ego moriar pro te, Fili mi? (Div. Bernard. de

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