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191 tido con solo interrumpir este silencio tan severo, y ha= biéndosele presentado ocasiones, en las cuales parecia natural que manifestara lo que ella era, para que los hombres alabasen siempre á Dios, nunca desplegó sus labios. Vienen, en efecto, á postrarse á los piés de su Hijo los sencillos pastores, y reconocen al Salvador del mundo en las señales que les diera el ángel: llegan des- pues los reyes de oriente, quienes, al ver los homenajes que rinde su estrella conductora sobre la casa en que habita María, conocen que aquel Niño, que está en los brazos de su Madre, es Dios: mas ni en la primera oca- sion á los hombres sencillos, ni en la segunda 4 los gran- des y sabios, declara la modestísima Virgen que ella es esa Madre. Al contemplar con atencion este modo que tiene la Virgen en guardar el secreto de su dignidad, diria quizás la razon humana, que es un sér que ignora su esencia, su naturaleza y $us propiedades; pero la razon eristiana ye en esta conducta de María el heroismo de la modes- tia, y el modelo de sencillez, con que hemos de arreglar nuestra conversacion. Su divino Hijo nos enseña, que, si no nos volviéremos é hiciéremos como niños , no en- traremos en el reino de los cielos *: y como su Madre ha precedido á todos en la práctica de las virtudes que su Hijo nos enseñó, conservó en su conversacion con los hombres aquella sencillez inocente y candorosa, que la naturaleza ha dado al niño, y que este sin saberlo, publica en su aspecto y en sus acciones. Porque ¿hay acaso objeto mas atractivo, mas hermoso y encantador que un niño? Vese la hermosura en sus ojos brillantes, en sus labios de carmin, en sus mejillas de rosa, en sus cabellos de oro, y en su risa angelical : y mientras . t Matth. cap. 18. y. 3.
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