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123 pezó á existir y se consagró á Dios con voto perpétuo de virginidad, no tenia su corazon otra delicia, sino pensar en la belleza increada del Sér divino, á quien habia con- sagrado su alma y su cuerpo. Era niña, era jóven, era doncella : y cuando estaba en el retrete del templo y ningun sér humano podia ser testigo de sus acciones, ni oir sus palabras, alzaba al cielo sus purísimos ojos y sus manos tiernas, llamando á Dios su amor, su encan- to, su gloria y su esposo; y cuanto mas adelantaba en edad, tanto mas crecia en ella el deseo de vivir siempre, como la paloma, entre los muros del santuario, lejos de todo comercio humano, para contemplar á su gusto la hermosura increada de su objeto amado. Así vivia María: y como este era su único pensa= miento, estaba siempre extática, entre las delicias de su Esposo celestial. Sin embargo, cuando menos lo pensa- ba, hé aquí que el sacerdocio, depositario é intérprete de la ley de Dios, dice á esta Vírgen, que llegó el mo- mento de decidir de sus destinos temporales, saliendo de aquella morada, y dando su mano á un esposo de su tribu y familia, para que suscitase descendientes á la casa de David. ¡Qué asalto tan inesperado para el Cora- zon de María! ¡Qué afliccion tan indefinible! Sonrosadas sus mejillas, encendidos sus labios, enternecidos sus modestos ojos, expone al sacerdocio que ella se ha ofre- cido al Dios de Israel en holocausto perpétuo, consa= grándole su virginidad: y ni este voto que declara, ni otras razones que salen de sus lábios mas que humanos, son bastantes á disuadir á la autoridad sagrada, de la resolucion tomada en vista de las sanciones de la ley *, La única palabra de consuelo, que oye la Esposa divina del Espíritu Santo, es el asegurarla los magistrados que 1 Numer. cap. 36. v. 8.
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