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119 en el regalo: y todo este aparato no es mas que un manto oropelado, que cubre el cáncer corroedor de la lujuria, que está arrasando las semillas de la virtud. No seamos nosotros del número de estos desgraciados mun- danos, procurando ser puros y castos en nuestras aspi- raciones y acciones; ni tampoco decaiga nuestro espíri- tu, si hemos tenido la desgracia de dejarnos arrastrar alguna vez de los excesos de la carne, creyendo que ya no podremos ser castos: porque sabemos que muchas almas observaron una conducta angelical, despues de haber tenido una vida inmunda , como las Pelagias, las Margaritas de Cortona y otras. Y es Dios tan bueno y misericordioso que, cuando una alma de esta especie se vuelve á él de todo corazon, y detesta las abominacio- nes pasadas y solo quiere amarlo á él, no solo la perdo- na, sino que la regala , borrando de su imaginacion las imágenes de la culpa ; y si alguna vez asoman al espí=" ritu, es para producir en el acto dolor amarguísimo en el corazon, por haber ofendido al Señor , y torrentes de lágrimas en los ojos, para lavar de nuevo las manchas pasadas. MÁXIMAS. La castidad es entre las virtudes, como una reina en su corte; pues, así como ésta anda siempre acompañada de altas damas , sobresaliendo ella entre las demás, así aquella lleya junto á sí el séquito de las buenas obras, á las cuales preside. No hay obra buena, si no está acom- pañada de la castidad : ni la castidad será grande, si no está rodeada de buenas obras; pues Jesucristo manda ceñir los lomos , y llevar siempre la luz de las obras en las manos *. , í: Luc. 12. v. 85. Pe a e e A o prnl

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