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7 to principal de nuestros PP., por más que Su Ma- jestad no se mostró desdeñoso, sin embargo no se resolvió á favorecerles con el permiso definitivo que ellos solicitaban, sino que se concretó á decir- les que respecto de ese particular creía necesario esperar á ocasión más oportuna, Con esto, habían desistido de la empresa de fundar en Madrid; mas hé aquí que, cuando menos lo esperaban y del modo más inopinado, se sirvió Dios de satisfacer los jus- tos deseos de nuestros PP. Corría el año de 1608, cuando en el Imperio Alemán hacía tales extragos el protestantismo que el Emperador Rodulfo II tu- vo que permitir la famosa confesión augustana, ó libertad de conciencia. Como por este tiempo la Holanda se había separado de la obediencia de Felipe III y de la religión católica, peligraba y aun amenazaba el protestantismo con apoderarse del Imperio Alemán. Los príncipes católicos tuvieron con este motivo varias conferencias en las que re- solvieron ser necesario echar mano de las armas “contra los herejes. Tomaron, en efecto, todas las precauciones posibles; pero como el Rey Católico de España Felipe III tenía el Señorío de toda ó ca- si toda la Italia y Flandes, creyeron oportuno man- dar á España un embajador extraordinario con objeto de solicitar del Rey el apoyo que tanto ne- cesitaba el Emperador Rodulfo IL. Hallábase, á la sazón, por entonces nuestro célebre P., hoy San Lo- renzo de Brindis, visitando las provincias de Ale- mania en calidad de Comisario General y como los méritos y santidad de este siervo de Dios, no me- nos que su talento y habilidad para estas empresas árduas eran tan conocidos, no dudaron encomen-
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