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11 nidad, el Excmo. Sr. Nuncio, y predicó un breve pero elocuente sermón el insigne P. Francisco de Sevilla, dándose por terminado con esto el solemne acto de la instalación de nuestros PP. en la villa de Madrid. No es decible ei júbilo de que rebosaban nuestros Religiosos al ver por fin al cabo de tanta oposición y contrariedad, no solo satisfechos sus deseos de levantar un Convento en la Corte, y echa dos tan gloriosos principios í la fundación de la nueva Provincia de Castilla, sino aún desvanecidas y por completo borradas las especies calumniosas que poco antes habían cundido contra nuestra Or- den, como lo demostraban las manifestaciones ex- traordinarias que estaban presenciando. Sería pre- ciso, á la verdad, haber experimentado el sentimien- to general que entristeció el corazón de todo buen religioso capuchino, cuando con motivo de los suel- tos ya mencionados, tuvieron que abandonar nues- tros PP. la deseada fundación y aun retirarse de Madrid, para comprender la satisfacción que ahora «sentían, viendo á su amada Orden, no sólo vindica- da de las imposturas que se la atribuían, sino es- clarecida y ensalzada de un modo tan providencial y extraordinario. Como se desprende del contexto de esta breve reseña, el instrumento de que la Di- vina Providencia quiso servirse para allanar las dificultades que se encontraban en la fundación de esta nuestra Provincia, para verificar un cambio radical en la opinión de todo un pueblo; reco- brar el buen nombre de nuestra Madre la Capucha, que en esta ocasión había sufrido detrimento; con- seguir del Monarca una autorización tan general y dar finalmente un tan digno principio á la deseada

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