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9 tículo. Pero no podemos ni queremos resistir al deseo de indicarlas siquiera en pocas palabras. Tenía la Reina en su Palacio una dama á qnien apreciaba mucho, pero que hacía catorce años es- taba imposibilitada, de tal modo, queno sólo no podía andar, pero ni siquiera incorporarse, A peti- ción de la piadosa Reina, dióla su bendición el va- rón santo y hé aquí que al punto se verifica el mi- lagro de quedar completamente sana. En otra de las muchas entrevistas que durante su permanencia en Madrid tuvo nuestro santo con los Reyes, pidió- le la Reina le dejase algún recuerdo, aun cuando no fuese más que un retacito de su santo hábito: á lo cual respondió el P., que quería obseqniarla con otro recuerdo más significativo y valioso dejándo- le un poquito de tierra del Monte Calvario regada con la preciosísima sangre de Ntro. Divino Reden- tor, que conservaba incrustrada en la cruz que de ordinario llevaba al cuello. Mas como la Reina em pezase á dudar de la autenticidad de aquella reli- , quia, mandó el siervo de Dios que le trajesen un corporal del oratorio, y habiéndola extendido so- bre él, al instante fueron todos sorprendidos con el prodigio de ver destilar sangre aquella tierra, hasta el punto de quedar los corporales bañados en ella, Divulgóse muy presto por toda la Corte la noticia de estos sucesos milagrosos y en vista de semejan-, tes maravillas, de tal manera se transformaron los ánimos de todo aquel pueblo, que cambiando por completo de opinión respecto de nuestra Orden, no sólo los Ministros del Rry, sino aun todas aquellas personas principales que hasta entonces se habían opuesto á la fundación, el Monarca, con aplauso
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