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- 43- cMi alma está sedienta de Tí, Señor; mi carne suspira por Tí». Tan sólo suavizó sus penitencias cuando en los últimos días de su vida le llamó la atenció:q otro fraile invocándole la generosidad para con aquel cuerpo tan maltratado; sólo entonces pudo la caridad para con el hermano cuerpo. , Y a una con la penitencia, la oración. Su cuerpo no era más que débil capa de ceniza que ocultaba el rescoldo de aquel intenso amor para su Dios y Señor. Quemada la materialidad de sus de– seos humanos, quedaba sólo la brasa viva de su amor a Dios a quien sediento quería ir como a la única fuente que podía calmar sus an-, sias. Tenía sed de Dios y al mismo tiempo quería a~abar de abra– sarse en su Amor. Buscaba la salegad de la choza hecha de ramajes en la espesura del monte para allí dedicarse a la oración: e Te ruego, Señor, que la fuerza abrasadora y melíflua de tu amor absorba mi mente de tal modb, que muera por amor de tu amor, ya que por amor de mi amor diste Tu vida•. Y comenzaba su arrobamiento, en el transcurso del cual muchas veces se elevaba sobrenaturalmente del suelo; comenzaba aquella oración sin palabras, la contemplación, en la que no es preciso que los pensamientos se manifiesten, en que el Siervo tiene el honor sublime de que Dios se le muestre en inefa– ble visión y se comunique con él haciéndole participe de sus de– signios. Francisco, ante aquella fuerza abrasadora, semejaba a la cera y su carne parecía como que no tenía huesos, estaba todo en manos del Señor para que El le diese forma. El consuelo de esas visiones fue frecuentísimo para el Povere- · 110; conocía ese gozo en medio de su misma labor de apostolado; entonces ,se abstraía y vivía sólo para Dio~, sin darse cuenta de las gentes que le rodeaban, aunque éstas movidas de su cariño al santo lo abrazasen y tirasen de sus vestiduras, como le ocurrió en aquel viaje a Borgo de San Sepulcro. Pero en dende la sublimidad rayó a alturas inmarcesibles fué en la aparición del monte Alvernia, en la bella Toscana. \ Celebrábanse en el Castillo de Monte Feltro las fiestas en que sería armado Caballero un Conde. Como San Francisco pasase por allí y entendiese que era ocasión propicia para hacer bien a las al– mas, se puso a hablar sobre el dicho vulgar de «tanto es el bien que espero que en las penas me deleito», y lo hizo de forma tan inspirada, devota y profunda, que llegó al alma de muchos y par– ticularmente a la del Caballero Orlando de Chiusi de Casentino que resolvió arreglar con él el ·negocio de su alma. Y después de ello, tan agradecido le quedó, que como prueba de afecto ofrecióle un nionte devotÍf:imo llamado Alvernia. Aceptado por el Santo, allá se

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