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, - 42- Con frecuencia ambas palabras se emplean sinónimamente. El hu– milde se tiene en poco; vive como de prestado; considera que cuan– tas dotes tiene no son suyas sino que se las debe a Dios y que Este se las puede quitar en un momento; por eso no se vanagloria de ellas. El humilde intenta ser tenido por los demás en menos de lo que es, porque ~u excelsitud de espíritu le lleva a cons_iderar lo que es Dios y, como consecuencia, él se tiene en poco; pero si no lo– gra eso, por lo menos ne quiere que se le tenga en más de lo que es. ¿ Y qué entendemos por sencillez? La cualidad por la cual no se quiere apa1ecer distinto de lo que se es. San Francisco la llamaba hija de la gracia, hermana de la sabiduría, madre de la justicia, y ponía sumo empeño en obrar siempre con santa simplicidad. Una vez se empeñaron en que había de llevar bajo el hábito una piel de zorro que le protegiese de los fríos tan peligrosos para su estado de salud; pues bien, así contestó: «Si queréis que yo permita esta piel debajo del hábito, haced que me cosan al exterior un pedazo de la misma medida, para que indique a las gentes que dentro hay es– condida una piel». Castidad, Penitencíat Oración Humilde, obediente, sencillo, ¡casto! Amó la castidad y la de– seaba en todos sus frailes en la plenitud de la belleza y pureza. El pudo decir que a ninguna mujer conocería de cara fuera de dos. Rehuía la conversación con ellas, y de ordinario tenía la mirada fija en la tier~a. Tuvo sí coloquios espirituales, como aquél con Santa Clara-cofundadora de la Orden franciscana de mujeres-en la hu– milde casita de la Porciúncula, manifestada a las gentes por un ex– traordinario resplandor. Pmfesó amor a Jacoba Settesoli, la mujer que por permisión de Dios asistió a su muerte. Pero sólo estos dos espirituales amores se dieron en su vida. . Se vió combatido por tentaciones pero las venció. El fuego, la n1ev~, !~ disciplin,a, le eran familiares. Corttra la pu janza del cuerpo esgnm10 el freno de las penitencias. La lectura de ellas edifica y llega al alma. Ayuna cuarenta días y al final de ellos, siempre hu– milde, come un trozo de pan para así no igualarse al Señor. Cuentan las Flprecillas que f ué incitado a pecar y eligió por Jecho el rescoldo de unas brasas. Sufre el incendio de la pasión y lo apaga en la ge– hdez de las invernales aguas, Austeridad, penitencia, maceración. ... batalla al cuerpo hasta que loqra ponerlo al total servicio del alma:

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