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- 38- El Poverello de Asís ·E1;tas dos leyes se sintetizaban para San Francisco en la maravilla de una pala~ra que e?cerraba muy alta.virtud: ¡Pobreza! Aquel hom– bre de hábito humild1simo, que frente al ncmbre 1 de «mayores» que así mismo se daban los Nobles de Asfa, había elegido para sus frai– les el de Mínimos o Menores; aquel hombre que había renunciado a todo, bienes, porvenir, halagos mundanos, y que sentía un placer especial en llamarse Poverello o pobrecito, entendía que la pobreza era el fundamento de la perfección evangélica, y cuando hablaba de practicar una vida conforme al Evangelio quería dedr ante todo ~a vida de pobreza. «La pobreza -son palabras suyas- es aquella vir– tud ~elestial, por la cual se pisotea todo lo terreno y pasajero, por la cual son quitados todos los estorbos, para que el espíritu humano, libre, pueda unirse con el eterno Señor y Dios. Ella hace que el alma, morando aún en la tierra, converse con los ángeles en el cielo» y que en la hora de la muerte «desnudo de todo pueda ir a Cristo». Esa era la ilusión del pequeñuelo Fray Francisco, Siervo humilde de Dios, unirse a Cristo; y para ello se ,abrazaba a la pobreza que, como él solía ,decir, «confunde a la avaricia, la codicia y los cuidados de este mundo». ¡La pobreza!. .. Una vez preguntaron al Poverello: ¿Ctiil es la virtud que hace al hombre más amigo de Cristo? Y respondió: «La pobreza, hermanes míos. .Sabed que la pobreza es el más excelente camino de salvación, como apoyo que es de la humildad y raíz de- la perfección. Sus frutos son variados, pero ocultos. La pobre-za es el tesoro escondido en el campo evangélico; para adquirirlo hay que vender todas las cosas y lo que no se pueda hay que despreciarlo en comparación con ella» . Teniendo este espíritu, el obrar viene por añadidura. San Fran– cisco fué el pobre integral. Para vestir: Un hábito raído, los paños menores y una cuerda. Si alguna vez tuvo capa la dió en seguida Y para evitarlo fué preciso que la llevase prestada, pues de esa manera la conciencia de ello le impedía clarla. En cuanto al comer, la mayor parte de las veces no contaba con nada. Así sucedió en la celebra– ción d~l Capítulo que a los pocos años de la fundación tuvo lugar en las proximidades de la ciudad de Asís. Se llamó «el de las esteras» porque valiéndose de ellas se habían dispuesto unos cobertizos. Allí se reunieron hasta 5.000 frailes menores, asistiendo también Santo Domingo en compañía de algunos Frailés Predicadores. El pasmo del Santo español fué grande cuando vió 16 que aquellos miles de re– ligiosos nada tenían para comer, ju~gándolo temeridad, pero su asom-

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